Paz Que Proviene del Cielo

Muchas veces pasamos por momentos difíciles, en los cuales estamos perturbados y nuestro espíritu no descansa, solo hay una fuente de paz y gozo, que aún en los momentos de desesperacion está disponible; esta fuente es Dios. Sólo por medio de él (Dios) podemos encontrar la verdadera salud espiritual y la paz real del corazon.
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Para ser feliz es imprescindible tener paz en el corazón. Pero la paz del corazón no se basa en consideraciones humanas sino en la certeza de fe fundada en el palabra de Dios.




Jesús dijo claramente que su paz no se apoya en las razones del mundo: " La paz os dejo, mi paz os doy; no como el mundo la da yo os la doy. No se turbe vuestro corazón, ni se acobarde ..." (Jn 14.27).




"Sin mí no podéis hacer nada" ha dicho Jesús (Jn 15.5). No ha dicho: no podéis hacer gran cosa, sino "no podéis hacer nada".




¿Cual es el motivo por el que no tenemos paz en el corazón? El desánimo, el cansancio, la tristeza, los defectos que no vencemos, la falta del nivel económico que deseamos, el dolor propio o ajeno, las contrariedades, la soberbia, las humillaciones, los pecados que cometemos, la soledad, los defectos de las personas que nos rodean y un sin fin de cosas más.




Hay que tener en cuenta que todas las razones para perder la paz son malas razones y que las combatiremos con la ayuda de Dios y con pensamientos que nos reconfortan y nos dan paz, pensamientos que se opondrán a los que provienen de nuestro propio espíritu, de la mentalidad que nos rodea, o incluso en ocasiones del enemigo y que nos lleva a la confusión, al temor, o al desaliento.



Una condición necesaria para la paz interior es, la buena voluntad o limpieza de corazón. Es la disposición estable y constante del hombre que está decidido a amar a Dios sobre todas las cosas. Esta condición que acabamos de indicar, además de necesaria, es suficiente para alcanzar la paz.




Hay una palabras de Jesús esclarecedoras al máximo " Por eso os digo: Respecto a vuestra vida, no os preocupéis acerca de qué comeréis, ni respecto a vuestro cuerpo, acerca de que os pondréis. ¿Acaso no es la vida más que el alimento y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? ...No andéis, inquietos diciendo: ¿qué comeremos?, o ¿qué beberemos?, o con qué nos vestiremos? Por todas estas cosas se afanan los gentiles. Bien sabe vuestro Padre celestial que necesitáis de todas ellas. Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura. Por tanto, no os inquietéis por el día de mañana, ... (Mt 6, 25-34).




Esto no significa que no debamos de trabajar, sino que además de trabajar debemos de confiar en Dios, pues no alcanzaremos la paz sino nos apoyamos en Él, "Padre del cielo que sabe que necesitáis todas esas cosas" (Mt 6,32).




Pero para experimentar el apoyo de Dios es imprescindible que le dejemos el espacio necesario para que pueda manifestarse. Muchos no creen en la Providencia porque nunca la han experimentado, pero no la han experimentado porque nunca han dado el salto de la fe, y no le han dejado la posibilidad de intervenir.




Para resistir a los incesantes asaltos del mal y a los pensamientos de desaliento y desconfianza, nuestra oración ha de ser incesante e incansable. La certeza que infunde en nosotros el hábito de la oración es más fuerte que la que se desprende de los razonamientos, aunque sean de las más alta teología.




Nunca insistiremos bastante en la necesidad de la oración silenciosa, la auténtica fuente de la paz interior. ¿Cómo abandonarse en Dios y confiar en Él, si sólo lo conocemos de lejos, de oídas?




Aprendamos pues a abandonarnos con la sencillez de los niños, a confiar totalmente en Dios tanto en las cosas grandes como en las pequeñas. Ejercitándose en el abandono, se adquiere la experiencia concreta de que "eso funciona", que Dios hace que todo colabore al bien, incluso el mal, el dolor, incluso los propios pecados.



Pero para que ese abandono alcance la máxima eficacia, para que sea auténtico y engendre la paz debe ser pleno; que pongamos todo sir excepción en las manos de Dios.




La medida de nuestra paz interior será la de nuestro abandono, es decir la de nuestro desprendimiento. Desprendimiento de todo, y no de algunas cosas nada más. Tenemos una tendencia natural a "apegarnos" a multitud de cosas. bienes materiales, afectos, deseos, proyectos, etc., hay que abandonarlas todas en el Señor. El Señor nos pide únicamente una actitud de desprendimiento en el corazón, una disposición a darlo todo, pero no necesariamente toma "todo": nos deja la posesión sosegada de muchas cosas, siempre que puedan servir a sus designios y no sean malas en sí mismas.




Es al abandonarse en Dios, cuando uno encuentra explicación al sentido del dolor y del mal en el mundo (tema tratado en otras páginas), y que tantas veces es causante de inquietudes. Se soportará con más facilidad los defectos propios y ajenos, incluso los propios pecados, pues una persona de buena voluntad, en vez de abatirse, se levanta inmediatamente y gana en humildad y en experiencia de la misericordia divina. Pierde más el que permanece triste y abatido. No es más perfecto el que se comporta de manera irreprochable, sino el que ama más.




¿Y la inquietud que nos invade cuando hemos de tomar decisiones? Uno de los defectos que hemos de evitar es el de la precipitación y el apresuramiento excesivos. Cuando no se sabe que es lo mejor, hay que reflexionar, no es aconsejable actuar en medio de las incertidumbres, pero si estas continúan , hay que decir: haga lo que haga estará bien, puesto que intento hacer el bien. No nos entristezcamos si, después de cierto tiempo, vemos que esas cosas no son buenas. Dios mira la intención de nuestro actuar. Es más, al tomar esas decisiones dudosas, le diremos al Señor: He reflexionado y rezado para conocer tu voluntad; no la veo muy claramente, pero no me inquieto, decido tal cosa, porque, bien estudiado me parece la mejor solución. Y dejo todo en tus manos. Sé muy bien que, incluso si me equivoco, tu no te enfadarás conmigo, pues he actuado con recta intención; y si me equivoco, sé que sabrás sacar un bien de este error mío, ¡Será para mí una fuente de humildad, y obtendré de ello alguna enseñanza! Y me quedo tranquilo.




Hay veces que el enemigo de nuestro corazón quiere persuadirnos de que no hacemos lo suficiente, de que lo que hacemos no lo hacemos por amor de Dios. Por ejemplo, nos hará creer que el Señor nos pide determinado sacrificio del que somos incapaces. Y eso nos inspira toda clase de preocupaciones y de escrúpulos de conciencia que, pura y simplemente, debemos ignorar arrojándonos en brazos de Dios como niños pequeños.
Santa Teresita decía: "No me desanimaré nunca". y es célebre la frase de Santa Teresa: "La paciencia todo lo alcanza". Si no soy capaz de conservar la paz en circunstancias difíciles, empezaré por conservarla en las situaciones más sencillas de todos los días; llevaré a cabo mis tareas cotidianas sin nervios y con serenidad, empeñándome en hacer bien cada cosa en el momento presente, sin preocuparme por el siguiente; hablaré con los que me rodean en tono dulce y sosegado, y evitaré la precipitación en mis gestos, ¡hasta en mi modo de subir las escaleras!




"Por nada os inquietéis, sino presentad en toda oración y plegaria al Señor vuestras peticiones, acompañadas de la acción de gracias. Y la paz de Dios, que supera toda inteligencia, guardará vuestros corazones y vuestro pensamiento en Cristo Jesús" (Flp 4, 6-7).




Jacques Philippe, miembro de la Comunidad de las Béatitudes, termina su libro "La paz interior" de donde he sacado la mayor parte de las ideas expuestas anteriormente, con estas palabras: Y nada podrá arrebatarnos esta paz.



Fuente: Paz en el corazón/maria-garcia.com

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